La jugada va de eso y no de otra cosa, va de dejar claro quiénes mandan y qué armas tienen a su disposición. Es más que una advertencia, es una amenaza lanzada a los cuatro vientos: o se juega según nuestras normas o rompemos la baraja, hacemos astillas la mesa y perseguimos hasta donde haga falta, hasta el infierno si es preciso, a quien no se avenga a las reglas sin saltarse una coma.
Todo esto dicen sin decirlo estos banqueros a los que la cancillera Merkel y el presidente Sarkozy tienen instalados en sus despachos. Ni la codicia que les llevó a prestar dinero a espuertas a la espera de recoger beneficios insólitos ni la impericia de quienes manejaron los recursos importan demasiado. Nadie parece dispuesto a pedir responsabilidades ni a cuantos creyeron que harían saltar la banca ni a los políticos sin escrúpulos de Nueva Democracia --derecha muy derecha griega-- que manipularon los balances y ocultaron la realidad a los ciudadanos. Importa solo dar un escarmiento.
La brutalidad de la respuesta de los acreedores es de tal naturaleza que es inútil razonar. Es inútil decir que la germanización de la economía europea, con el asentimiento de Francia, puede desembocar en un desastre descomunal para Europa. No hay forma humana de pedir un tiempo muerto y analizar la tragedia en su conjunto. A lo sumo, cabe preguntarse una vez más si Alemania cabe en Europa o si Alemania amenaza con hacer saltar por los aires las costuras de Europa; cabe preguntarse si la Unión Europea será alemana o no será.
Hasta el año pasado, como quien dice, la idea era que Europa debe a la cultura griega mucho de lo que es. No era una deuda contante y sonante, con asientos contables en euros, sino más bien una atmósfera que se remonta a la noche de los tiempos. Pero era una deuda, un agradecimiento permanente a pesar de todos los pesares, de la decadencia mediterránea, de la soberbia de la sociedad tecnológica y de la vulgaridad construida en nombre del dinero que todo lo puede. Pero ahora las cosas ya no son así. Por eso evitaría muchos lamentos innecesarios que alguien se subiera a un cajón en la plaza Syntagma, pidiera un minuto de silencio y anunciara que Alexis Zorba ha sido condenado y no hay tribunal de apelación que lo pueda salvar. Todo el mundo sabe que las arcas de Grecia están vacías y todas las privatizaciones, recortes y vejaciones que encaje no serán suficientes para que pague cuanto adeuda. Todo el mundo lo sabe y este es el mayor de los castigos: pagar, pagar y pagar para no liquidar nunca la deuda o hacerlo a tan largo plazo que, cuando quede saldada la cuenta, no habrá nadie con ganas de celebrar el final de la pesadilla.
Todo esto dicen sin decirlo estos banqueros a los que la cancillera Merkel y el presidente Sarkozy tienen instalados en sus despachos. Ni la codicia que les llevó a prestar dinero a espuertas a la espera de recoger beneficios insólitos ni la impericia de quienes manejaron los recursos importan demasiado. Nadie parece dispuesto a pedir responsabilidades ni a cuantos creyeron que harían saltar la banca ni a los políticos sin escrúpulos de Nueva Democracia --derecha muy derecha griega-- que manipularon los balances y ocultaron la realidad a los ciudadanos. Importa solo dar un escarmiento.
La brutalidad de la respuesta de los acreedores es de tal naturaleza que es inútil razonar. Es inútil decir que la germanización de la economía europea, con el asentimiento de Francia, puede desembocar en un desastre descomunal para Europa. No hay forma humana de pedir un tiempo muerto y analizar la tragedia en su conjunto. A lo sumo, cabe preguntarse una vez más si Alemania cabe en Europa o si Alemania amenaza con hacer saltar por los aires las costuras de Europa; cabe preguntarse si la Unión Europea será alemana o no será.
Hasta el año pasado, como quien dice, la idea era que Europa debe a la cultura griega mucho de lo que es. No era una deuda contante y sonante, con asientos contables en euros, sino más bien una atmósfera que se remonta a la noche de los tiempos. Pero era una deuda, un agradecimiento permanente a pesar de todos los pesares, de la decadencia mediterránea, de la soberbia de la sociedad tecnológica y de la vulgaridad construida en nombre del dinero que todo lo puede. Pero ahora las cosas ya no son así. Por eso evitaría muchos lamentos innecesarios que alguien se subiera a un cajón en la plaza Syntagma, pidiera un minuto de silencio y anunciara que Alexis Zorba ha sido condenado y no hay tribunal de apelación que lo pueda salvar. Todo el mundo sabe que las arcas de Grecia están vacías y todas las privatizaciones, recortes y vejaciones que encaje no serán suficientes para que pague cuanto adeuda. Todo el mundo lo sabe y este es el mayor de los castigos: pagar, pagar y pagar para no liquidar nunca la deuda o hacerlo a tan largo plazo que, cuando quede saldada la cuenta, no habrá nadie con ganas de celebrar el final de la pesadilla.
Fuente: El Periódico de Aragon. Articulo de Albert Garrido. Periodista.
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