Hacer unas fiestas populares, multitudinarias y participativas en una ciudad de setecientos mil habitantes (más cuatrocientos mil visitantes) no es nada sencillo. Zaragoza, pese a todo, ha logrado mantener durante treinta años un modelo exitoso, variado y duradero; un modelo que desde su formulación inicial ha evolucionado y ha ampliado sus escenarios sin modificar su esencia.
Las fiestas del Pilar se han convertido en un fenómeno de masas (que ni la lluvia apaga) y en un reclamo turístico de primer orden. Combinan un intenso movimiento en la calle con una interesante actividad artística y cultural. Mantienen líneas tradicionales en feliz convivencia con las tendencias más modernas. Tienen a la vez el espíritu de los festejos propios de nuestros pueblos y las proporciones y la compleja organización que requiere una capital.
No podemos olvidar al principal responsable de todo ello que no es otro que el Ayuntamiento de Zaragoza y su área de cultura, tan acertadamente dirigida estos últimos años por un director de la misma irrepetible, Michel Zarzuela.
Fuentes: Editorial del Periódico de Aragón y Algo más que Política.
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