Desde que Mario Vargas Llosa publicó sus primeros relatos en 1957 o su primer artículo periodístico en la revista Caretas de la ciudad de Lima en mayo de 1960, hasta la concesión hace unos días del premio Nóbel de literatura a su obra, mucho ha llovido.
No calificare a Vargas Llosa como el actor Guillermo Toledo, de derechista muy peligroso, pero no deja de ser llamativa la deriva de este Nóbel que comenzó en la política universitaria a través de Cahuide, nombre con el que se mantenía vivo el Partido Comunista en Peru, y se ha vuelto ahora tan ultracapitalista y neocom, deriva difícilmente asociable con la creación y la objetividad para relatar historias de la humanidad como ha manifestado desde la publicación de su primera obra, la Ciudad y los perros.
Este hombre capaz de ser protagonista quizá, de una de las historias más atractivas que circulan por el mundo literario, puñetazo por medio y todo, fruto del desencanto de la Revolución cubana, se alejó de Gabo dado que este prefirió mantener su relación con Fidel. Y hay murió una sociedad que les había permitido ha ambos establecer un boom de la literatura sudamericana, muy rentable por cierto.
Sin embargo, la oportunidad del Nóbel concedido la cuestiono, no por la ideología del de Arequipa, no lógicamente por sus diferencias con García Marquez, ni por su trayectoria política bastante cuestionable por otra parte. La cuestiono por que un creador debe representar los valores universales mas esenciales, debe ser un espejo de los principios fundamentales que inspiran la justicia, la democracia y la libertad. No solo debe regalar nuestro ánimo con sus creaciones, por excelentes que sean, debe tranquilizar nuestras almas y ser bálsamo para nuestro corazón.
Vargas Llosa, incumple a mi modesta forma de ver esta parte, por su actuación imperdonable cuando el presidente Belaunde creo una comisión investigadora presidida por el escritor e integrada por el periodista Mario Castro Arenas, el jurista Abraham Guzmán Figueroa y un grupo técnico conformado por antropólogos, Juan Ossio, Fernando Fuenzalida y Luis Millones, el lingüista Rodolfo Cerrón Palomino, el sicoanalista Max Hernández y el abogado Fernando de Trazegnies.
En marzo de 1983 fue entregado el informe de la comisión en el que se planteaba una triple interpretación de la masacre de ocho periodistas en Uchuracay, que en nada contribuyó a aclarar los hechos, lo que lógicamente fue objeto de duras críticas, ya que se le culpaba de haber querido encubrir a las autoridades militares de Ayacucho, y de invadir el campo judicial.
Vargas Llosa se defendió a través de un articulo en el” New York Times Magazine”, titulado “Encuesta en los Andes”, sobre los sucesos de Uchuracay, que fue reproducido en el diario ABC de Madrid. El escritor, afirmaba que los periodistas no fueron asesinados por los sinchis (fuerzas paramilitares), como algunos periódicos de izquierda aseguraban, sino por los campesinos. Años mas tarde que la comisión presidida por Vargas Llosa exculpara a los militares, se demostraría su implicación en los asesinatos y algunos, como el general Clemente Noel Morán, fueron procesados y condenados a varios años de cárcel.
Un hecho así debía de haberse tenido en cuenta por el reputado y elitista jurado del Nóbel y debería inexorablemente haber impedido que el de Arequipa lo hubiera recibido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario