En estos tiempos convulsos que vivimos hoy en día, donde el valor de la política esta en entredicho, gracias fundamentalmente a la corrupción que rodea al Partido Popular y las actuaciones que protagonizan algunos miembros de la judicatura, incluidos sus órganos de gobierno amparando a delincuentes y a la ultraderecha de toda la vida, conviene echar un poco la vista atrás y recordar con nostalgia lo que pudimos llegar a ser.
En un día como hoy, la proclamación de la segunda República en 1931, trajo a la sociedad del momento un profundo sentimiento de libertad, Igualdad, solidaridad y dignidad. De pronto un huracán de viento fresco y sano impregno a una sociedad anquilosada y anclada en su pasado y le enseño los grandes valores universales, por los que tantas mujeres y hombres han luchado a través de los siglos. El espectáculo democrático que surgió con esa proclama no iba a ser soportado por la reacción, que por aquel entonces asistía atónita a la toma de la calle por los ciudadanos y todo tipo de explosiones artísticas, culturales, sociales, políticas, etc..
De pronto en una España que empezaba salir de un túnel de siglos en todos los campos, se ponía en valor la política. Decenas de miles de ciudadanos, se reunían para hablar de asuntos que tenían que ver con el futuro y las reglas del juego para vivir, avanzando en una sociedad de progreso. Las calles se teñían de pasquines con proclamas y llamamientos, y en las fachadas de cualquier inmueble aparecían como flores las insignias de una multitud de partidos políticos.
Los ciudadanos, entendían esa realidad y en gran numero se unían a los sindicatos y a las fuerzas políticas, culturales y artísticas como algo natural, y si es verdad que había desprecio a la política, pero casi siempre a la del adversario, y además de forma encarnizada, por que entonces comenzaba la lucha por defender la libertad y la dignidad de un País.
Los mítines, eran en cualquier sitio, multitudinarias clases de historia, derecho, economía y ciencias políticas. Una multitud de ciudadanas y ciudadanos comparecían a cualquier llamamiento político, la política era una necesidad para el desarrollo de la comunidad, y se debía de ser muy hábil para que tan solo con la palabra se pudiera convencer. Había nobleza y frescura.
Pero claro eso no podía durar, entre los múltiples errores cometidos por la izquierda, sobre todo de entendimiento, consenso y de bisoñez, latía debajo de aquella emergente República, un mal que este país tiene hace siglos. España que no ha pasado por ningún tipo de revolución, ni social, ni industrial, ni política, ni cultural, ni de ninguna clase, tenia y tiene el síndrome de los países pequeños, que son aquellos que han estado dominados por una minúscula oligarquía que a sabido poner a su servicio, a las clases dominantes económicamente hablando, y otros poderes facticos. Esa podredumbre que llevaba dentro, ha sido una herida sanguinolenta por la que ha supurado todo lo bueno que sin embargo se quería construir. Y esa herida hay quien se empeña en no cerrarla, y la sufriremos sino somos capaces de educar en los valores universales en la democracia, y en la política con todas las letras, a las próximas generaciones.
Hoy con nostalgia, celebramos la proclamación de lo que pudo ser y no fue, un estado democrático masacrado por una guerra cruel, que dejo en muchas cunetas a decenas de miles de españoles asesinados, por el solo hecho de querer defender la libertad. Hoy muchos años después en los banquillos, se sientan encausados los que buscan una reparación y poner justicia de la grande, para quienes -leyes de amnistía a parte- la siguen mereciendo.
Esta lucha no obstante dura y larga, no puede hacer desfallecer a los demócratas jamás. Los ideales de aquella República, eran buenos y su causa la mejor, no puede por tanto morir por nuestro abandono, perdimos entonces, pero nunca debemos perder la voluntad y la dignidad, ese es un trabajo al que estamos convocados, caigamos cuantas veces haga falta, nunca una victoria de la reacción fue tan corta, quedando tanto tiempo para poder cambiarla.
En un día como hoy, la proclamación de la segunda República en 1931, trajo a la sociedad del momento un profundo sentimiento de libertad, Igualdad, solidaridad y dignidad. De pronto un huracán de viento fresco y sano impregno a una sociedad anquilosada y anclada en su pasado y le enseño los grandes valores universales, por los que tantas mujeres y hombres han luchado a través de los siglos. El espectáculo democrático que surgió con esa proclama no iba a ser soportado por la reacción, que por aquel entonces asistía atónita a la toma de la calle por los ciudadanos y todo tipo de explosiones artísticas, culturales, sociales, políticas, etc..
De pronto en una España que empezaba salir de un túnel de siglos en todos los campos, se ponía en valor la política. Decenas de miles de ciudadanos, se reunían para hablar de asuntos que tenían que ver con el futuro y las reglas del juego para vivir, avanzando en una sociedad de progreso. Las calles se teñían de pasquines con proclamas y llamamientos, y en las fachadas de cualquier inmueble aparecían como flores las insignias de una multitud de partidos políticos.
Los ciudadanos, entendían esa realidad y en gran numero se unían a los sindicatos y a las fuerzas políticas, culturales y artísticas como algo natural, y si es verdad que había desprecio a la política, pero casi siempre a la del adversario, y además de forma encarnizada, por que entonces comenzaba la lucha por defender la libertad y la dignidad de un País.
Los mítines, eran en cualquier sitio, multitudinarias clases de historia, derecho, economía y ciencias políticas. Una multitud de ciudadanas y ciudadanos comparecían a cualquier llamamiento político, la política era una necesidad para el desarrollo de la comunidad, y se debía de ser muy hábil para que tan solo con la palabra se pudiera convencer. Había nobleza y frescura.
Pero claro eso no podía durar, entre los múltiples errores cometidos por la izquierda, sobre todo de entendimiento, consenso y de bisoñez, latía debajo de aquella emergente República, un mal que este país tiene hace siglos. España que no ha pasado por ningún tipo de revolución, ni social, ni industrial, ni política, ni cultural, ni de ninguna clase, tenia y tiene el síndrome de los países pequeños, que son aquellos que han estado dominados por una minúscula oligarquía que a sabido poner a su servicio, a las clases dominantes económicamente hablando, y otros poderes facticos. Esa podredumbre que llevaba dentro, ha sido una herida sanguinolenta por la que ha supurado todo lo bueno que sin embargo se quería construir. Y esa herida hay quien se empeña en no cerrarla, y la sufriremos sino somos capaces de educar en los valores universales en la democracia, y en la política con todas las letras, a las próximas generaciones.
Hoy con nostalgia, celebramos la proclamación de lo que pudo ser y no fue, un estado democrático masacrado por una guerra cruel, que dejo en muchas cunetas a decenas de miles de españoles asesinados, por el solo hecho de querer defender la libertad. Hoy muchos años después en los banquillos, se sientan encausados los que buscan una reparación y poner justicia de la grande, para quienes -leyes de amnistía a parte- la siguen mereciendo.
Esta lucha no obstante dura y larga, no puede hacer desfallecer a los demócratas jamás. Los ideales de aquella República, eran buenos y su causa la mejor, no puede por tanto morir por nuestro abandono, perdimos entonces, pero nunca debemos perder la voluntad y la dignidad, ese es un trabajo al que estamos convocados, caigamos cuantas veces haga falta, nunca una victoria de la reacción fue tan corta, quedando tanto tiempo para poder cambiarla.
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