Los brasileños decidieron que después de Lula, quieren continuidad y profundización de su gobierno. Prefirieron a Dilma Rousseff, que fue la coordinadora y principal responsable del curso ascendente de los últimos cinco años de gobierno de Lula, quien termina con un apoyo récord de 83% y sólo 3% de rechazo.
El dilema planteado por las elecciones brasileñas era la definición de si el gobierno de Lula era un paréntesis en la larga historia de dominación del país por parte de las elites, o si se constituiría en un puente para salir definitivamente del modelo heredado y así construir un Brasil solidario, justo y soberano.
Triunfó la segunda opción, por el voto mayoritario de los brasileños pobres -beneficiarios de las políticas sociales que caracterizan al gobierno de Lula- y de los que viven en las regiones tradicionalmente más castigadas, en el norte y el nordeste de Brasil.
Fue un voto claramente orientado por la prioridad de lo social, que ha caracterizado al gobierno de Lula. En el país más desigual del continente más desigual, la mayor transformación que Brasil ha vivido en estos ocho años ha sido la disminución de la desigualdad y la injusticia, como resultado de las políticas del gobierno. Algo que nunca había ocurrido ya fuera en democracia o en dictadura, en ciclos expansivos o recesivos de la economía aconteció ahora, en estos ocho años, de manera contundente, poniendo en el centro de la pirámide de los grupos de distribución de la renta a la mayoría de los brasileños.
Ese fue el factor decisivo para que Lula y Dilma Rousseff resultaran vencedores, a pesar de haber tenido prácticamente a toda la prensa militando contra su gobierno y candidatura.
La oposición, anticipando una derrota como la que había sufrido en las dos elecciones presidenciales anteriores, buscó un atajo para llegar a las grandes masas de la población: el tema del aborto, valiéndose de los prejuicios reinantes y de la acción de algunos religiosos. Consiguieron un triunfo efímero, logrando una segunda vuelta, pero una vez que la política volvió a estar en el centro de la campaña, la comparación entre el gobierno de Lula y los gobiernos anteriores -y la condena de las privatizaciones- llevaron a Dilma a la victoria.
Dilma Rousseff representa no sólo la elección de la primera mujer presidenta de la República de Brasil, sino también la de una militante de la resistencia contra la dictadura, presa y torturada por el régimen militar. Lula representa además, al primer presidente brasileño que consigue elegir a su sucesor.
Después de la reelección de Evo Morales en Bolivia y la elección de Pepe Mujica en Uruguay, sucediendo a Tabaré Vázquez, Brasil se suma al grupo de países que reafirman el camino de la integración regional y de rechazo al TLC con Estados Unidos, y da prioridad a las políticas sociales en relación al ajuste fiscal, con Dilma como sucesora de Lula.
El pueblo brasileño decidió, en medio de fuertes presiones del monopolio privado de los medios y de las fuerzas oscurantistas, que después de Lula tendrá la Presidencia de Brasil una dirigente que Lula escogió para sucederlo, para continuar y profundizar las transformaciones que harán que Brasil sea un país más justo, solidario y soberano.
Fuente: Clarín de Chile, Emir Sader.
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