La guerra civil española me ha acompañado, desde lejos, en diversas etapas de mi vida: recuerdo que mi padre, Rafael Agustín Gumucio, me contaba de niño el impacto que causó, en Chile, la visita del ministro republicano español Indalecio Prieto, solicitando apoyo de los demócratas chilenos para su justa causa.
Para Rafael Agustín Gumucio, su mayor título de orgullo fue haber sido presidente del comité de apoyo a la República, recuerdo que él conservó hasta su muerte, en 1996. De joven universitario, pude ver el documental Morir en Madrid y conservo aún en mi memoria el valor de sus combatientes que, en las barricadas, resistieron el avance fascista; es que había fraternidad, sentido de libertad y sobre todo, dignidad, para borrada del diccionario en el neoliberalismo pragmático reinante. Ya más viejo, me interesé por el pensamiento libertario, tan olvidado por el predominio de una historiografía estalinista. Es evidente que pocos recuerdan la biografía de Buenaventura Durruti, o al asesinado troskista Andrés Min, quienes construyeron en Barcelona y Aragón una república sin dinero, donde los obreros podían comer en el lujoso hotel Ritz con tikets obtenidos por su trabajo; era como tomar el cielo con las manos: luchar contra el fascismo y, a su vez, construir el comunismo libertario. Posteriormente, me interesé, gracias a las lecturas de Luis Vitale y los aportes invaluables de mi amigo Jorge Vergara, en estudiar la vida y obra de Belén se Sárraga, anarquista, feminista y librepensadora y quien visitó Chile, en 1913, y murió sola y pobre, en México, en los años 50.
Es imposible comprender la historia del Chile republicano y progresista – que murió el 11 de septiembre de 1973 en La Moneda – sin tratar, al menos, tres acontecimientos fundamentales: la caída de Carlos Ibáñez, en 1931, la guerra civil española, 1936-1939, y la liberación de París, en la segunda guerra mundial. Estas luchas contra el fascismo y las dictaduras conformaron el ideario de los dignos republicanos, como Salvador Allende, Bernardo Leighton, Radomiro Tomic, y tantos otros.
La derecha también se entusiasmó con el fascismo: admiraban a Mussolini, al dictador Miguel Primo de Rivera, padre de José Antonio, fundador de la Falange española y, como siempre, infundió terror en los curitas y monjas, con la famosa “república española”, suponiendo que, en Chile, se iba a repetir el saqueo y quema de iglesias que, en el caso de España, tenía explicación por un inquisitorial y feudal catolicismo. Francisco Franco fue el líder e inspirador del grupo nacionalista Estanqueros, dirigido por Jorge Prat. El hispanismo del historiador Jaime Eyzaguirre, admirador de la España de los Austrias, se declaró siempre franquista; posteriormente, los gremialistas y Pinochet reciben inspiración del totalitarismo del caudillo. Como ustedes podrán comprobar, las dos Españas siempre estuvieron presentes en los dos Chiles: el progresista y el fascista.
Escribo estas líneas sólo para recordar el aniversario de una lucha que no puede ser olvidada. Acabo de leer una encuesta, a la opinión pública española, que demuestra que nada se saca con colocar un manto de niebla sobre el pasado: más del 40% de los militantes del Partido Popular – la derecha española – sigue encontrando bueno el gobierno de Franco, creo que de no descubrirse, en todas sus aristas, las abultadas cuentas privadas de Augusto Pinochet, encontraríamos en la derecha chilena un similar porcentaje de apoyo al tirano. Por esta razón, jamás hay que dejar en el olvido a las víctimas de la dictadura.
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