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domingo, 21 de marzo de 2010

El Vaticano debe dar una respuesta.

Más allá de las crisis espirituales o de los problemas de incardinación de una institución tan antigua y tradicional en un mundo cambiante y laico, más allá de la llegada de nuevos credos y confesiones que puedan socavar su supremacía, la Iglesia católica se enfrenta estos días a un asunto notablemente espinoso y delicado que atenta directamente contra su magisterio ético. No se trata de una simple anécdota ni de un caso aislado. Las acusaciones sobre pedofilia y malos tratos llevan extendiéndose, cual mancha de aceite y desde hace años, por buena parte del mundo occidental, justo en las regiones donde el catolicismo está más arraigado. Después del enorme escándalo que creció en Estados Unidos en el 2004 y que intentó taparse a base de enormes cifras compensatorias para con las víctimas, llegó en el 2009 el demoledor informe Ryan relativo a Irlanda, encargado por el Gobierno. Las cifras son apabullantes, y los testimonios, contundentes y definitivos.
En este 2010, se han sumado a la ignominia casos en Austria y Holanda y la sospecha ha invadido también Alemania, salpicando incluso al papa Benedicto XVI, con denuncias en el coro catedralicio de Ratisbona dirigido por su hermano y con la duda de si el Pontífice actual pudo hacer más para luchar contra la lacra de la pederastia durante su etapa de obispo de Múnich y, después, como máximo responsable de la disciplina eclesial en su condición de prefecto de la Congregación para la Defensa de la Fe.
Hoy mismo, Benedicto XVI, que ha calificado de "crímenes odiosos" los delitos cometidos por sacerdotes, clérigos y religiosos durante decenios, tiene previsto hacer pública una carta pastoral dirigida a los católicos irlandeses en la que, según muchos teólogos, debería pronunciarse de manera taxativa contra hechos que la propia Iglesia católica califica como "delicta graviora" (los más graves delitos), sin olvidar una solemne declaración en demanda de perdón y un acto de contrición por la capa de silencio con que la institución ha querido tapar, de modo más o menos velado, esta sucesión de escándalos.
La Iglesia católica lleva a cabo en muchos países trabajos loables de solidaridad y de defensa de los desprotegidos. Para no manchar esta labor ejemplar de muchos de sus miembros, debe dejar bien sentadas las bases de una actuación moral impecable que los últimos acontecimientos han dejado en claro entredicho.




Fuente: Editorial del Periodico de Aragón. 

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40 Años de políticas de igualdad. Ayuntamiento de Zaragoza.

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