Habituados a la estabilidad política que dan las mayorías de Gobierno, el Reino Unido entra en una fase que concita serios temores sobre la gobernabilidad del país cuando la grave crisis económica hace precisamente imprescindible la solidez del Ejecutivo. La falta de mayoría suficiente para gobernar en solitario ha aguado la indiscutible victoria de David Cameron y el Partido Conservador. El retroceso --ni siquiera el pronosticado avance-- de la gran esperanza renovadora que era Nick Clegg al frente del Partido Liberal Demócrata ha sido otra decepción, mientras que Gordon Brown, líder de un Partido Laborista desgastado por 13 años de gobierno, puede darse por satisfecho. No ha sufrido el descalabro vaticinado y le queda un margen de maniobra, aunque muy pequeño, para mantener el Gobierno.
Todos han empezado a moverse para construir una mayoría. La más lógica, al menos desde el punto de vista aritmético, es la de conservadores y liberaldemócratas. Ambas formaciones ya han manifestado su disposición al diálogo, como también lo ha hecho el primer ministro saliente. Y ahí empezarán las dificultades.
Se abren varias posibilidades, desde un Gobierno conservador en minoría con apoyos ocasionales de la formación de Clegg, hasta una coalición entre ambos partidos. Ayer, la fuerza liderada por Clegg dedicó una jornada maratoniana a valorar la oferta de Cameron con el fin de formar un gobierno estable. Hay puntos de coincidencia, pero son mayores las diferencias. Además, aunque ambos líderes estén dispuestos a pactar, deberán convencer a sus bases, lo que será la parte más difícil. Los liberaldemócratas tienen claro el precio de su apoyo. Es la reforma del sistema electoral con la introducción de la representación proporcional. Solo así Clegg, que ha hecho bandera de la necesidad de renovación, de aire fresco en la política británica, puede justificar su apoyo a quien representa precisamente la vieja política que huele a naftalina rancia.
Estas elecciones han socavado la orgullosa idiosincrasia británica. Las islas se han aproximado a formas de gobierno continentales demostrando que su sistema electoral, que tan buenos resultados dio en el pasado para asegurar la estabilidad, ya no es indiscutible y que la cultura de la negociación y el pacto no es tan mala. Después de las elecciones, a su pesar, los británicos despertaron más europeos. No obstante, su proverbial pragmatismo no permitirá que la formación de Gobierno se prolongue interminablemente. El Reino Unido no es Bélgica ni la Italia anterior a Berlusconi.
Fuente: Editorial del Periódico de Aragón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario